domingo, 7 de noviembre de 2010

Oriental

El tapete se veía impecable, pero aún así el excapitán Lucius Robbins lo frotaba fuertemente con jabón y cepillo. Entre toda esa espuma no veía otra cosa que las pisadas de algo que no podía dejar de odiar por mas que quisiera. La espuma empezó a crecer desmedidamente y se convirtió en un remolino que lo llevó al día anterior.

Eran las 7 de la mañana y para esa hora ya había revisado gran parte de las instalaciónes del colegio, hasta ahora todo estaba en orden. Las tuberias de casi todos los baños funcionaban, lo mismo la caldera y a excepción de unos cuantos bombillos que se habían dañado, había luz en todas los salones de clases. A Rob, como le decían en el colegio los alumnos y los maertros le gustaba mucho reparar cosas. Después de revisar que todos los escusados, orinales y llaves del agua funcionaran, después de reponer los bombillos dañados de cada salón de clases, a las 9 de la mañana cuando había dejado todo funcioinando se fue al taller del colegio donde trabajaba en un proyecto en el que llevaba inmerso varios meses. Un extraño esfero que puede escribir sobre concreto abriendo pequeños huecos con un diminuto taladro que lleva en la punta. Al pasar la punta sobre la superficie abre una fina zanja. Las palabras quedan escritas en la piedra como si hubieran sido grabadas. Rob dedicaba una hora aproximadamente todos los días a este proyecto. Era su forma de escapar de la realidad.
A las 10:30 de la mañana le quitaba la tela protectora a la piscina y hacía una pequeña limpieza con el colador. Siempre de escabullía algún insecto infortunado dentro de la piscina llena de cloro durante la noche o al amancer. Una vez terminada su tarea empezaba la instrucción de natación a las 11 de la mañana.
Después de alistar la piscina se dirigió a arreglar la bomba hidráulica de la puerta del bus escolar que tenía una falla al cerrar. A las 12 debía dejar nuevamente la piscina cubierta, como era miercoles el equipo de natación del colegio descansaba a diferencia del resto de las tardes de la semana. Cuando Lucius robbins estaba empezando a extender la lona sobre la piscina un profesor lo llamó diciendole que había sucedido una pequeña explosión en el salón de quimica y que el humo sesató la alarma antiincendios. Ahora todo el salón estaba bajo el agua y la alarma no paraba de chorrear agua, necesitaban que la arreglara. Sin demora, Rob llevó su equipo de herramientas y subió al segundo piso donde se encontraba el salón bajo el agua. Una vez retiradas las alarmas y cerrados los tubos del agua sonó la campana que marcaba la salida de clases de el alunmado.
Rob caminó despacio hacia la piscina para terminar de taparla cuando vió la figura de un niño de espaldas al borde de la piscina inclinandose, como tratando de recoger algo. Robbins le gritó para que se alejara. El niño cayó al agua. Rob corrió lo más rápido que pudo soltando todo lo que tenía en las manos. Al llegar a la piscina se sambulló inmediatamente. El cuerpo del niño estaba hundiendose en la parte mas profunda de la piscina. Mientras se acercaba el niño se hacía menos borroso. Rob alcanzó a ver que había algo en la mano del niño, la mano se abrió y salió un pequeño sapo nadando hacia la superficie como si huyera de un naufragio. Rob agarró al niño por la espalda y empezó a subirlo. En el momento en que el niño alcanzó a sacar la cara a la superficie, rob que aún seguía bajo el agua giró su cara para poder verlo. Se dio cuenta de algo. El niño era asiático.
En ese momento Lucius Robbins sintió que todo el cuerpo se le paralizó, sintió como el agua a su alrededor se hacia turbulenta. Sintió que algo lo halaba hacia abajo y poco a poco todo se fue tornando oscuro y silencioso.

Al abrir los ojos, treinta y dos años atrás, el capitán Lucius Robbins estaba en una celda de paredes de concreto y una reja metálica. Lo que quedaba de su uniforme estaba pegado a su cuerpo, el aire era húmedo y muy caliente. Llevaba dos meses en ese lugar. Había sido capturado por el vietcong. En la celda estaba él y un soldado de su batallón, fueron los únicos dos sobrevivientes de una emboscada que les tendieron los rojos. Por lo que había entendido ellos iban a ser objeto de un canje. Ellos dos por veinte de los rojos capturados por el ejercito americano. El soldado con el que compartía cautiverio, James Smith había conseguido un par de lápices de carbón y dibujaba y escribía sobre hojas de arbol. Lucius tomó uno de sus lápices y empezó a escribir sobre la pared. Escribia cada cosa que les pasaba en cada día, como un diario, esperando que algún día alguien lo leyera como evidencia de lo que habían vivido en el fondo de esa selva. Un día entraron varios soldados con un capitán, uno de los soldados parecía estar traduciendole cada palabra que había escrito en la pared. Uno de los soldados le entregó un cepillo y un balde con jabón, el otro soldado le puso una pistola en la boca a Smith y dijo: “Lava pared toda o lava pared con cerebro de amigo”. Después de haber escrito su vida durante un mes en la pared, Lucius la terminó de limpiar en tres horas. Cuando llegó el capitán a revisar que no quedara rastro de letra alguno, asintió con la cabeza, le dio una palmada en el hombro y le disparó en la cabeza a Smith. Acto seguido, Lucius estaba limpiando nuevamente la pared.

Abrió los ojos y vió que estaba rodeado de mucha gente, el director, el profesor de natación y muchos alumnos. Se levantó con dificultad y escupió una bocanada de agua con cloro. Vió que el niño oriental estaba abrazado por una toalla y a la vez por el director. El niño oriental estaba a salvo, solo tenía un moreton en el cuello, pero estaba a salvo. Rob había salvado la vida de un niño arriesgando la suya, rob tampoco sabía nadar, Rob era un héroe pensaron todos. Cuando regresó a su casa, se cambió de ropa y se preparó algo caliente. Quería estar sólo. Querían entender lo que le había pasado aunque muy en el fondo lo entendía. Esa misma tarde tocaron a su puerta. Era la familia del niño oriental, El papá, la mamá y una hermana mayor o eso parecian. “Estamos muy agradecidos por salvar a nuestro hijo, Estamos en deuda con usted” dijo el padre. Cruzó la puerta, puso un pie en la alfombra, luego puso el otro, después dio un paso mas y le puso en sus manos una bandeja plateada y caliente. Luego entró el niño, le abrazó la pierna y dijo gracias. La familia se despidió con una pequeña reverencia y se fueron. El excapitán Lucius Robbins no se movió, no dijo nada. Después cerró la puerta, dejó la bandeja sobre una mesa y corrió al baño a vomitar. Salió del baño con un cepillo y con un balde lleno de jabón. Empezó a restregar el tapete en el que se habían parado hasta el otro día.

Sabía que no tenían la culpa pero eran culpables. Él se sentía culpable por haber tratado de ahorcarlo en el agua. Se sentía culpable por haberlo salvado. Lucius Robbins siguió limpiando el tapete.

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