sábado, 4 de diciembre de 2010

PREFIERO ESTAR DE PIE.


Con cada exalación, el aire que sale de su boca se hace visible, como un tren que deja el humo a su paso, y con cada paso, la puerta al final del corredor, se hace más grande.
-Son las cinco treinta y seis –susurra mirando el reloj de su muñeca-. Pronto el sol empezará a asomarse por esas ventanas con rejas –dice mientras se frota las manos.
Al entrar al salón, cierra la puerta y decide no encender la luz todavía. Empieza a dar pasos cortos hacia el interior de la habitación, como cuando un ciego sin su baston entra a un lugar en el que nunca había estado.
-Me han hablado mucho de este cuarto.
Se detiene y de uno de sus bolsillos saca un paquete de cigarros y otro con cerillos. Al acercar el fósforo encendido al cigarro, la mano tiembla un poco. La pequeña luz del pitillo en su boca sólo deja ver bultos oscuros, como protuberancias de una gran oscuridad que lo contiene todo.
-Me han contado tantas veces de lo que hay aquí, que casi podría adivinar donde está cada cosa.
-¿En serio? –se pregunta a si mismo.
-Si.
-Entonces ¿que hay allá? –señala con la mano derecha hacía algún lado.
-Allá está el interruptor.
La mano se mueve apuntando hacía otro lado.
-Ahí debe haber un reloj.
-Bien, chico listo, ¿y que hay al frente tuyo?
Empieza a avanzar lentamente y con sus manos extendidas a los lados, roza algunos bultos.
-Esta debe ser una silla.
-Vamos, sigue avanzando.
Sus pies se estrellan contra un escalón, levanta uno de sus pies, lo apoya en el piso un poco más elevado y sigue avanzando. Después de tres pasos se detiene.
-Aquí está.
-Vamos, sientate.
-Así estoy bien.
-¿Tienes miedo?
-No, es sólo que…prefiero estar de pie.
-¿No quieres saber que se siente?
-Creo que es hora de encender la luz.
Da media vuelta y empieza a devolverse en sus propios pasos hasta llegar a la puerta. Palpa con las manos hasta el interruptor. Su dedo indice hace un poco de presión pero sin decidirse aún a presionarlo.
-Será la primera vez que se haga esto.
-Si.
-Se siente extraño ¿verdad?
-Si.
-Saber que la luz que está apunto de fluir por este cuarto sirve para algo más que iluminarlo.
El dedo indice se decide y la luz aparece. Da vuelta y ve que tenía razón en las cosas que había y en los lugares donde estaban esas cosas, pero la imagen que que tenía en su cabeza era muy diferente a la que veían sus ojos.
-Creí que era más grande.
-¿Más grande qué, el salón?
-Todo.
-Ya falta poco, mira el reloj.
-Cinco y cincuenta y dos.
Empieza a escuchar unos pasos y abre la puerta. Camina hacía la tarima y se hace al lado de la silla. Saca otro cigarro y lo enciende.
-Cálmate, no te pueden ver nervioso.
-Una chupada más y lo apago.
-Ahí vienen.
Tira el cigarro y lo pisa. La gente empieza a entrar y cada uno se sienta en una silla. Mirando a todos lados, pero sobretodo, al frente, los ojos de la gente apuntan a lo que él tiene al lado. Nadie dice nada. Un minuto después entran tres oficiales y en el medio un hombre de pantalón negro, camisa blanca, chaleco y cadenas. Los oficiales llevan al hombre a la tarima, quitan sus cadenas, lo sientan, aprietan las correas en los brazos, en los pies y en el pecho. Luego, con una faja negra de cuero le vendan la cara dejando sólo al descubierto la nariz y la barbilla. Por último en su cabeza ponen un casco metálico con cables y lo fijan con un par de correas.
-¿Estas listo?, ¿te acuerdas de todo? –se susurra.
-¡Callate ya!, me pones nervioso.
-Son las seis.
Uno de los oficiales lo mira y le hace una señal inclinando la cabeza. Entonces empieza a hablar:
-William Kemmler, hoy, el seis de agosto de mil ochocientos noventa, se pasará electricidad atravez de su cuerpo hasta dejarlo sin vida. ¿Tiene algo que decir?
-Muy bien, muy bien, no se te olvidó nada –se dice a si mismo, mientras el condenado mueve la boca.
Luego, otro de los oficiales baja un interruptor y luego otro.
-No estuvo mal ¿verdad?.
-Supongo que mañana saldremos en los periódicos.

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